El título de esta nota debería decir "El hombre que nunca pierde la compostura" o "El cantante que se enoja una vez por año", teniendo en cuenta que, en un mundo en el que la ira regula los vínculos tanto como el amor, el hallazgo de un ser humano que desconoce la exasperación podría bien ser noticia. Pero no. A Axel Patricio Fernando Witteveen -tal el completo nombre de Axel- ese humor le parece perfectamente natural, muy en sintonía con el equilibrio que, a lo largo de varios años, dice haber conseguido con el Universo. Ratificará entonces el intérprete nacido en Rafael Calzada, localidad de Buenos Aires, que sus gestos angelicales no le han construido en vano la imagen de chico bueno y que sus letras desbordantes de mensajes optimistas tienen sustento en una filosofía del vivir.
"Soy un tipo superfeliz, superalegre", se describe. En todo caso, serán otros sentimientos y no el enfado los que suelen opacarle su perenne dicha. "Hasta hace poco era muy culposo, especialmente con los compromisos que adquiría con mis fanáticos y, por estar trabajando o viajando, no podía cumplir. Muchas veces, por ejemplo, me pedían que fuera a visitar en hospitales a niños que deseaban conocerme y, si no alcanzaba a hacerlo, me sentía verdaderamente mal, me pesaba mucho. Una vez, hablando con mi hermana, me sugirió que me tranquilizara y, de a poco, me fui despojando de esa responsabilidad, aunque sigo haciendo todo cuanto puedo para acercarme y ayudar a la gente. He tenido experiencias muy fuertes", cuenta.
- ¿Cómo nace un contacto tan estrecho con tus admiradores?
- Fue así desde siempre. Al principio, me quedaba a firmar discos luego de los recitales y entonces charlaba con la gente, pero ahora, que con cada entrada se regala un álbum, tendría que estar haciéndolo durante horas. De todos modos, ellos me escriben cartas en las que cuentan sus historias y es muy emocionante porque la gente se apoya mucho más en las canciones de lo que uno se imagina. Eso me genera un agradecimiento muy grande, pero también mucha responsabilidad y compromiso, sobre todo en los espectáculos en vivo, cuando aprovecho para decirles cosas como que cuiden la Tierra o que traten de alcanzar sus sueños. Lo mismo cuando visito a chicos enfermos: los papás me buscan porque saben que siempre tengo un mensaje alentador. Además, estoy convencido de que la sonrisa y la música curan, hacen que algunos síntomas desaparezcan.
- ¿Crees que como solista pop y latino ocupaste un lugar vacante en la escena nacional?
- Puede ser, sí. Y miro para atrás y no veo a un solista nuevo que parezca que vaya a surgir en un futuro próximo. Pasa que no es fácil que se forme un artista completo que cante, toque y componga, porque para eso hay que tener el overol puesto y laburar como loco. Yo llevo más de 13 años de carrera, pero recién hace seis o cinco que se me conoce en el país y en Latinoamérica. No es fácil: muchos se cansan de remarla y se quedan a mitad de camino. También es importante sacar buenas canciones con cierta continuidad y, por supuesto, tener una compañía discográfica y un representante que te banquen por atrás. Pero además, Argentina es un país más bien rockero y esa es la música que los pibes jóvenes quieren hacer. En este sentido existe un prejuicio: nadie quiere hacer baladas. Hay que perder el miedo a hacer canciones de amor, y hablar no sólo del amor a una mujer, sino también a la Tierra, a uno mismo, a la evolución.
- ¿Por qué se da esta primacía del rock?
- Los más grandes exponentes de la música argentina provienen del rock y probablemente los jóvenes piensen que si no hacen eso no van a trascender. Nuestro país es muy exitista, pero pienso que no se debe ser el número uno siempre en todo. Hay que saber amarse a uno mismo y reconocer los propios logros a cada paso. Parecería que si no hacés rock, no sos tan cool o talentoso, pero yo siempre he hecho la música que amo y he sido fiel a mí mismo, más allá de que mis canciones tienen influencias rockeras. Nunca me gustó encasillarme en un género, hago realmente de todo un poco. Soy simplemente un hacedor de canciones.
- Al componer, ¿necesitás un ambiente o momento especial?
- Estar en un lugar propicio para eso, sin ruido, con mi guitarra y mi piano. Debe ser un ambiente cómodo, donde me sienta libre de soltarme sin inhibiciones. En general, es un estudio en el tercer piso de mi casa o en mi vivienda de la montaña (en Córdoba).
- ¿Cuánto contribuye la meditación en tu vida y trabajo?
- Trato de estar las 24 horas conectado con el entorno, consciente de todo lo que pasa a mi alrededor: eso me lleva a encontrarme conmigo mismo, a mantener un equilibrio con el universo y a sacarme mochilas que no debería cargar. También a agradecer todo lo que uno tiene, porque el agradecimiento es el principio de la abundancia. Intento transmitir esto a la gente que me rodea, aunque sin imponerlo, porque cada uno debe ir a su debida velocidad. Soy un tipo muy alegre.
- Entonces, ¿nunca te enojás?
- Es muy difícil, alguna ira tengo, pero ocurre cada uno o dos años. Una vez me chocaron en el auto y yo bajé riéndome. ¿El otro conductor lo hizo de gusto? No, entonces para qué enojarse. Es muy difícil que me saquen de mi eje.
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